Ciencia y poder

A lo largo de la historia, la cultura occidental y cristiana persiguió a todo aquel que pensara diferente. Esta lógica llevó a que hoy en día los científicos y su actividad sean cada vez más dependientes de los poderes dominantes. En las páginas que siguen, algunos ejemplos históricos de esta relación entre ciencia y poder.
Los orígenes
Según Ilya Prigogine, una de las mas importantes fechas en la historia de la humanidad fue el 28 de abril de 1686, día en que Isaac Newton presentó sus Principia a la Royal Society de Londres. Contenía las leyes básicas del movimiento junto a la clara formulación de algunos de los conceptos fundamentales que todavía hoy utilizamos: masa, aceleración, inercia. El mayor impacto sin duda lo tuvo el libro III, el “Sistema del Mundo”, que contenía la ley universal de la gravitación.
El mismo año que moría Galileo en Florencia –1642– nacía Newton. Le tocó a él reivindicar el pensamiento científico sobre el universo, y con ello a Galileo, obligado por la Inquisición a abjurar en 1633 de sus convicciones científicas bajo amenaza de tortura. Las amenazas no eran vanas. Pocos años antes, en 1600, Giordano Bruno, monje dominico, astrónomo y filósofo fue quemado en Roma, en una hoguera erigida en la plaza Campo dei Fiori, por negarse a abjurar de sus creencias, básicamente similares a las de Galileo.
Hubo que esperar al papa Juan Pablo II para la reivindicación personal de Galileo, aunque la Comisión del Santo Oficio siguió diciendo –en ¡1992!– “que Galileo no había logrado demostrar su teoría heliocéntrica”, con lo que el Vaticano siguió dándose la razón (ignorante y obstinada) a sí mismo.
Afortunadamente, aunque por razones puramente terrenales y afectivas, Enrique VIII de Inglaterra había roto con el papado en 1534 porque no le permitía casarse con Ana Bolena, antes que naciera Galileo, y esa decisión –aunque probablemente el rey no llegó a saberlo– no sólo contribuyó al desarrollo capitalista de Inglaterra sino también al liberalismo de las ideas que siempre diferenció a la aristocracia inglesa de sus pares del continente. Por eso mientras en Inglaterra había surgido una Royal Society formada por lores cultos dispuestos a evaluar nuevos conocimientos, en Europa permanecía gobernando ideológicamente el Tribunal de la Inquisición, desde el siglo IV en que los emperadores romanos declararan al cristianismo religión de Estado hasta nuestros días. Para la misma época que en Inglaterra pero sobre todo en el continente, se fue difundiendo la reforma de Lutero. Y la de Calvino, sobre todo en Ginebra. Ambas buscaban terminar con la corrupción de la Iglesia Católica y con la obediencia a los papas romanos. El resultado fue la creación de diversas divisiones en el seno del catolicismo combinadas con la obediencia a los distintos reyes, lo que preparó el terreno para el avance de la libertad de pensamiento. La estructura monolítica del catolicismo romano se había resquebrajado.
La Inquisición como estructura –actual– del sistema penal
Según sostiene el juez Zaffaroni en nuestros días, nuestro orden jurídico penal –y el de los países latinoamericanos– sigue rigiéndose por criterios inquisitoriales. Cuenta de esto da en una entrevista realizada el 9 de septiembre de 2012 por el semanario Miradas al Sur. Allí, Zaffaroni nos dice que “la estructura del discurso inquisitorial se mantiene. La Edad Media en ese sentido, no ha terminado. Lo que pasa es que del discurso inquisitorial no se mantiene el contenido, sino la estructura. Es como si fuera un modelo y lo rellenamos con información. Es el programa lo que se mantiene y está perfectamente vivo”.
Ya en los varios concilios habidos en la Baja Edad Media se habían levantado voces contrarias a la crueldad de las penas: la tortura, el caminar sobre tizones y, la más común, la hoguera. Cuando los acusados se negaban a abjurar de sus creencias, la Iglesia trasladaba el poder a los príncipes o a los reyes para la ejecución de la pena capital.
La Inquisición también se trasladó a América con la Conquista. Funcionó en México, Lima y Cartagena de Indias donde el Inquisidor general fue Torquemada, cuyo nombre ha quedado simbólicamente fijado a todo lo que representa persecución y caza de brujas. Recién en 1908, con Pío X, la Inquisición pasó a llamarse Sagrada Congregación del Santo Oficio y volvió a depender de los papas.
Persecución ideológica
Casi simultáneamente a Galileo y Newton, encontramos a otros tres exponentes de la filosofía, la ética y la matemática que debieron experimentar también intolerancia y persecución. Nos referimos a René Descartes (francés), Baruj Spinoza (holandés) y Gottfried Leibniz (alemán), los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII.
Descartes (1596-1650), acusado por renegar del pensamiento escolástico y del silogismo aristotélico, métodos que se enseñaban en las universidades, y que eran ampliamente aceptados por el pensamiento eclesial.
A Baruj Spinoza (1632-1677), por sostener que la verdadera libertad del hombre está en el pensamiento y que su sumisión está en la religión, se lo acusó de ser iniciador del ateísmo, lo que lo obligó a apartarse de la comunidad judía de Amsterdam y vivir en las afueras de la ciudad.
En cuanto a Gottfried Leibniz (1646-1716), nacido en Hannover, Alemania, fue el que más se dedicó a la lógica y la matemática y desarrolló el cálculo infinitesimal en forma independiente de Newton. También inventó el método binario, que es la base de la actual teoría computacional, y una máquina de calcular que realizaba las cuatro operaciones, la que fue presentada ante la Royal Society de Londres, que por ello lo nombró “miembro externo”. Pero carecía de bienes, y debió depender para sobrevivir de dos nobles alemanes que actuaban en política y le hacían redactar la “historia” de sus familias. En París recibió el respeto de Diderot, que lo consideraba un sabio, pero fue permanentemente burlado por Voltaire, que tenía grande y perniciosa influencia en el medio intelectual. Con Leibniz se advierte ya el funcionamiento de la competitividad capitalista.
El capitalismo se expande y se desarrolla
Ya en el siglo XVIII las clases dirigentes europeas arribaban a un estadio en que necesitaban adquirir certezas: la certeza de que el mundo de la naturaleza era previsible, medible, manejable, y que era posible producir cambios en él.
Cuando muere Leibniz todavía faltaba un siglo y medio para que nacieran las ciencias sociales, y para que los creadores más rigurosos del siglo XIX, Marx y Engels, sufrieran las mismas persecuciones que sus predecesores de las ciencias de la naturaleza y de la filosofía, aunque no por los mismos poderes. Hacia mediados del siglo XIX ya estaba consolidada la burguesía como clase, que constituía el nuevo poder que se sentiría amenazado por el pensamiento científico sobre la economía política y sobre las clases.
La etapa de la dominación religiosa de la humanidad iba cediendo su lugar a la dominación del capital y sus propietarios, que eran los nuevos poderes.
La vida de Carlos Marx (1818-1883) y de sus colaboradores es el mejor ejemplo de cómo el poder del capital no iba a permitir la libre circulación de las ideas ni el activismo de los pensadores radicales con los grupos revolucionarios ni con la clase obrera. Hijo de una familia culta, nacido en Tréveris, su padre era un abogado judío que se hizo protestante en 1824. Terminó sus estudios universitarios de Derecho, Historia y Filosofía primero en Bonn y luego en Berlín en 1841. Volvió a Bonn porque quería ser profesor, pero la Universidad había echado de su cátedra a Ludwig Feuerbach y a Bruno Bauer. Tomó entonces la decisión de no ingresar a la carrera de profesor y de dedicarse al periodismo. Escribió en la Gaceta del Rhin, en Bonn, junto con Bruno Bauer, y de allí se trasladó a Colonia. Se casó en 1843 con Jenny von Westphalen y se fueron a París. Allí se reuniría con Engels, con quien serían desde entonces amigos inseparables. Ambos activaron en los grupos revolucionarios, en un período de gran conmoción social. En 1845 el gobierno prusiano –que no lo soportaba ni siquiera en el país vecino– pidió que lo expulsaran de París por “revolucionario peligroso”.
Vivir peligrosamente
Se trasladó a Bruselas y allí se afiliaron con Engels a la Liga de los comunistas, que les encargó la redacción del Manifiesto Comunista, que publicaron por primera vez en Londres –en 1848– en el mismo momento en que triunfaba la primera revolución proletaria en varias ciudades del continente, aunque tardaría tan sólo cuatro meses en ser aplastada. A partir de ese momento se dedicaron a analizar la lucha de clases en Francia, cuya historia y cuya economía Marx conocía profundamente.
Cuando la revolución fue derrotada, Marx fue expulsado de Bélgica. Volvió a París y luego a Colonia. Nuevamente lo expulsaron, y decidió irse a Londres en 1849, donde pasaría el resto de su vida. Fueron años muy penosos porque la miseria era abrumadora, pese a la ayuda de Engels. Allí se dedicó a estudiar economía política y a escribir. El dinero que le llegaba por sus artículos periodísticos en el New York Daily Tribune era insuficiente en relación a la cantidad de horas que empleaba en ello.
Apenas producido el golpe de Estado de Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón, Marx escribió sin hesitar, en cuatro meses, entre diciembre de 1851 y marzo de 1852, El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Su amigo editor José Weydemeyer se había trasladado a Nueva York y allí editaba una revista mensual que se llamó Die Revolution, cuyo primer número incluyó íntegro el texto del 18 Brumario en mayo de 1852. Marx decidió enviar algunos cientos de ejemplares a Alemania, pero el librero a quien le pidió que se encargara de la venta rechazó indignado su “inoportuna pretensión”.
O sea que las condiciones políticas objetivas de Europa, y menos de Alemania, no resistían un texto de análisis científico-político incisivo y profundo como este ni que sus autores ni sus difusores podían permitirse la crítica descarnada de los personajes concretos del poder gubernativo de su tiempo sin sufrir las consecuencias. El poder había cambiado de manos pero seguía siendo intolerante y represor. Habría que esperar hasta 1869 –¡casi dos décadas!– para que apareciera la 2ª edición del 18 Brumario en Hamburgo, Alemania.
Se trata de un texto clásico, original, que pinta de cuerpo entero al aventurero Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón. Tenemos allí la mejor descripción de la estructura económica agraria de Francia, y el uso que hace Bonaparte de esa gran masa aislada y despolitizada del campesinado francés, y la creación de los grupos de choque de la “Sociedad del 10 de diciembre” de 1848, fecha de las elecciones que lo consagran presidente. Este grupo constituía un pequeño ejército privado a su servicio, formado por desclasados –lúmpenes– de todas las clases, civiles y militares, listos para el asesinato, el robo y la intimidación, que lo acompañan en su ascenso desde presidente de la república a su parodia de restauración imperial del 2 de diciembre de 1851. Pagados en su mayoría con salarios del Estado, son antecedentes directos de otros grupos similares, necesarios a toda dictadura burguesa en descomposición, como ocurrirá más de un siglo después con nuestra Triple A.
Ese conjunto abigarrado conducido por ese “payaso serio, con careta napoleónica” es lo que constituye en Francia el partido del orden, otro hallazgo conceptual de Marx. Evidentemente un análisis de este tipo no podía ser publicado en ningún país europeo sin que se produjera un conflicto político o diplomático: la burguesía francesa, que desde 1789 venía derrotando todas las revoluciones proletarias, no podía tolerarlo.
Con la terminación de los primeros capítulos de El Capital alrededor de 1859, que Marx iba escribiendo en Londres en idioma alemán, había logrado analizar hasta las últimas consecuencias cómo funcionaba este nuevo poder, pero no había encontrado editores en Alemania ni en Francia pues estos corrían tanto riesgo como los autores.
Simultáneamente, otro investigador de enorme originalidad, Charles Darwin, publicaba El origen de las especies, también en 1859, con lo que sentaba las bases de la biología moderna, que escandalizó a la Iglesia romana y a varias de sus sectas. Marx y Engels sentían gran respeto por Darwin, como lo manifestaron en numerosas oportunidades, sobre todo después que el naturalista terminara su viaje por el mundo y declarara su simpatía por la entonces llamada raza negra, y señalara la enorme cantidad de prejuicios interesados con que la antropología blanca fundamentaba el esclavismo y el dominio colonial.
En noviembre de 1864, cuando la Royal Society premia a Darwin, sus amigos más cercanos fundaban el famoso “Club X”, dedicado a la ciencia pura y libre, liberada de dogmas religiosos.
Pero ya hacía tres siglos largos que Enrique VIII e Isabel I habían expulsado de su territorio al poder eclesiástico. Sólo que las ventajas de aquella ruptura se hacían visibles recién ahora.
El poder y la ciencia
Ya en los comienzos del siglo XX, la crítica de las innovaciones científicas se siguió ejerciendo, aunque no siempre porque el poder económico se sintiera directamente amenazado, sino porque se conmovía el andamiaje de prejuicios que permitía distinguir entre “lo bueno” y “lo malo”, sobre todo en términos de conducta sexual y de moral pequeñoburguesa. Es interesante observar lo ocurrido con el psicoanálisis y con Sigmund Freud cuando descubrió que ¡los niños tenían sexualidad! y que las mujeres que él llamó histéricas estaban ¡reprimidas e insatisfechas sexualmente! Y lo peor: ¡que su sociedad rechazaba las dos cosas! Pese a que Galeno, desde el siglo II de nuestra era había descubierto la hysteria y la había tratado con masajes pélvicos.
En realidad, como lo ha mostrado Foucault, nunca la represión de la sexualidad fue tan drástica como desde mediados del siglo XVIII –gracias a la hipocresía burguesa– y nunca, tampoco, se habló tanto de sexo, ni se intentó con tanto énfasis recluirlo en los consultorios médicos o reducirlo a los espacios ilegales del mercado sexual. Nuevamente sería Inglaterra el lugar donde se patentaría un vibrador en 1880, el primer artefacto electromecánico manual dirigido al mercado médico.
Freud, en su tratamiento de la histeria femenina, no usó procedimientos mecánicos. La cura era la palabra. En el clima social opresivo de Austria posterior a la Primera Guerra Mundial, sus descubrimientos sobre sexualidad le valieron críticas posteriores por “exceso de prudencia”. Pero vale la pena recordar a sus críticos que el mundo intelectual y social de Europa en el primer tercio del siglo XX era amenazante. Un mundo que preparaba el advenimiento del nazismo y donde se ejercían violentos castigos sistemáticos sobre los niños, en la creencia, prolongada hasta nuestros días, de que el castigo es el complemento necesario de toda educación.
A mediados del siglo XIX se difunden en Alemania, y se popularizan al punto de merecer unas 40 reediciones y la traducción a varios idiomas europeos, algunos de los textos reunidos por Katharina Rutschky en su famosa Pedagogía negra, y que son conocidos por nosotros a partir de la psicoanalista polaca Alice Miller, cuyos libros acaban de ser afortunadamente reeditados. En aquellos textos se describen con detalle las terribles palizas y otras violencias físicas y psicológicas ejercidas sobre los niños en nombre de “enseñar a obedecer”. A partir del análisis de tales experiencias Alice Miller denunció y construyó conocimiento sobre los efectos demoledores de dichas prácticas en la primera infancia, incluida la de los principales líderes nazis, entre ellos Hitler.
El pensamiento autónomo ha sido, y es, “peligroso”
Desde que emergió en el horizonte político mundial un proceso revolucionario anticapitalista real en 1917, todos los esfuerzos de la inteligencia de las burguesías capitalistas estuvieron dirigidos a su derrota. Al final de la II Guerra Mundial, durante la cual se había logrado un fuerte debilitamiento militar de la Unión Soviética, el objetivo político del proceso que desde entonces se llamó guerra fría fue terminar con el anticapitalismo, encarnado por el marxismo, el comunismo y por todos los grupos políticos “subversivos” o los gobiernos que sustentaran tales ideas. Cuarenta años tardaría el nuevo imperio en conseguir la implosión del llamado socialismo real.
La forma que asumió al interior de Estados Unidos este objetivo estratégico fue la persecución ideológica que se conocería como macartismo, fundamento de lo que se llamó en nuestros países doctrina de la seguridad nacional. Ocupó en ese país –y en los nuestros– un espacio similar al de la Inquisición en Europa, con su política de delación y de terror.
Tal como vimos a lo largo de este artículo, no resulta difícil encontrar en las persistentes raíces de la “cultura occidental y cristiana” la persecución ideológica feroz del subversivo, y su transformación posterior en delincuente subversivo, pasando por los diversos atributos nominados por los norteamericanos en las dos últimas décadas, hasta llegar al terrorista. Dos siglos después, se habían unido el poder de la burguesía capitalista y el de la Iglesia Católica.
En nuestro país ese disciplinamiento social del pensamiento científico, tanto de las ciencias naturales como sociales, comenzó en la década de los ’60, durante la dictadura militar iniciada por Onganía, autodenominada Revolución Argentina, que duró, con distintos liderazgos, desde 1966 hasta 1973 y se propuso en sus primeros meses la intervención y/o la ocupación militar de las universidades nacionales, consideradas como focos de subversión, lo que produjo la renuncia, cesantía o exilio de los mejores docentes e investigadores.
En ese período se logró interrumpir en la Argentina los procesos de investigación y de producción intelectual y se aprovechó para confeccionar las “listas” de universitarios que serían aniquilados a lo largo de esos años, sobre todo a partir de 1974.
El cuadro 1 permite ver la envergadura de ese aniquilamiento en nuestro país:
Cuadro 1. Argentina 1973-83: Muertos y desaparecidos. Antes y después del 24 de marzo de 1976,
clasificados según sean universitarios o no y según militancia conocidaFuente: Elaboración propia. Investigación “El genocidio en la Argentina”.
Inés Izaguirre y equipo. Datos al 21-11-2010.
Afortunadamente hoy estamos juzgando a los genocidas de uniforme, y se ha comenzado con el juzgamiento de los más responsables, los genocidas del poder económico, político, clerical y judicial. Y para ello sí, es necesario saber más.
Acumulación y globalización capitalista
El punto de partida de estas reflexiones se asienta en las condiciones en que se está desarrollando el modo capitalista de producción a comienzos del siglo XXI: se trata de una contrarrevolución capitalista mundial iniciada hace apenas tres décadas, que ha logrado extender y profundizar al máximo lo que son las contradicciones esenciales del modo de producción.
En los últimos treinta años se produjo en el mundo una verdadera revolución científico técnica, ligada al desarrollo de nuevas energías y nuevas tecnologías que está vinculada al desarrollo históricamente inédito de la ley de acumulación: nunca hubo en el mundo una acumulación mayor de riqueza y poder en manos de los sectores dominantes, ni un crecimiento y expansión de la miseria y pobreza extremas como los actuales.
Tenemos que tener claro el papel decisivo que le ha cabido a la ciencia en ese desarrollo. Los científicos y su actividad no sólo han sido cada vez más productivos, sino más heterónomos y dependientes de los poderes dominantes.
El carácter social del conocimiento, que es cada vez más social, o sea cada vez más resultante del esfuerzo articulado de muchos, está en contradicción cada vez más aguda con su apropiación privada, que es privilegio de pocos. Cabe recordar aquí un ejemplo fuertemente ilustrativo de esto que decimos, como la propaganda llevada adelante por la multinacional Monsanto, dirigida a “demostrar la inocuidad” del herbicida glifosato de su marca (Roundup), judicialmente condenado en diversos países desde fines de la década del ’30, que paga escrupulosamente sus cuantiosas multas por las víctimas que provoca, sin que ninguno de sus directivos haya ido preso y sin que el producto sea retirado de la venta, porque lleva la leyenda “No debe ser fumigado a menos de 500 metros de zonas pobladas”, recomendación que por supuesto ninguna autoridad vigila que se cumpla, como lo ha mostrado magistralmente la periodista Marie Monique Robin en el documental El mundo según Monsanto.
Como nos recordó el Premio Nobel de Química Ilya Prigogine cuando la Universidad Nacional de San Luis, Argentina, le otorgó el doctorado honoris causa en 1994:
“La ciencia no sólo tiene relación con el poder, sino con la ética. No se pueden separar problemas científicos de problemas éticos… Existe el peligro de la ignorancia. Y de que las decisiones las tome un grupo pequeño de personas, por la ignorancia del resto. Es necesario poner énfasis en la educación. Y señalo el rol primordial de los medios de comunicación masiva en la difusión del conocimiento”.
Autorxs
Inés Izaguirre:
Socióloga. Profesora Consulta UBA. Miembro Directivo APDH. Investigadora Instituto de Investigaciones “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales- UBA.