Construir una moneda desde la periferia

Con el foco puesto en el crecimiento del país, el artículo se propone revisar varias de las teorías que permiten reflexionar en relación a lo que sucede con el peso, especialmente, en la región latinoamericana.
Desde hace varias décadas, y en forma casi permanente, la Argentina ha visto limitada su capacidad de crecimiento debido a la dolarización de activos por parte de un gran sector de la sociedad. Varios gobiernos de ideas políticas diversas han debido lidiar con esta dificultad, la cual parece no tener remedio. Distintas estrategias cambiarias, monetarias y macroeconómicas se han llevado adelante resultando infructuosas. En este artículo no propondremos ninguna política específica para evitar este proceso, sino que intentaremos algunas explicaciones al respecto y propondremos un marco desde el cual pensar la construcción monetaria y la orientación de las medidas que podrían ayudar en este gran desafío que enfrenta nuestra nación, entendiendo dicho proceso como el de construcción monetaria.
La moneda como unidad de medida e institución
A fin de iniciar nuestra propuesta con un marco teórico delimitado, proponemos tomarnos un par de párrafos a fin de profundizar el concepto de moneda (o dinero, en este caso sinónimos). Ello nos permitirá jerarquizar las propuestas, desafíos y dificultades que constituyen la construcción monetaria.
Lejos de considerar la moneda al estilo ortodoxo, como un sistema de fichas para facilitar el trueque surgida de forma espontánea a través del mercado, y explicada como algo dado, utilizaremos concepciones vinculadas a ideas heterodoxas más ricas en aspectos teóricos.
Desde la heterodoxia keynesiana (Keynes), la antropología (Graeber) o la sociología (Ingham), se destaca al dinero, ante todo, como un sistema social de contabilidad o unidad de medida. En tal tradición los billetes y monedas físicas son solo una de las tantas herramientas que usan las sociedades para sistematizar y unificar el sistema de intercambios y deudas. De esta forma, pensar el dinero en su sentido físico (hoy en decadencia, en desmedro a las cuentas bancarias) resulta absolutamente contraintuitivo, similar a pensar que el metro es la cinta métrica adquirida en una ferretería.
De aquí decanta la gran dificultad de teorizar respecto de la construcción de una moneda: siendo su piedra fundacional la capacidad de ser unidad de cuenta, lograr que una determinada sociedad la adopte amerita las más profundas reflexiones alrededor de la teoría económica. Inicialmente, descartaremos de lleno todas las propuestas vinculadas al análisis de la moneda de forma similar a la de un mercado de bienes tradicional con curvas de oferta y demanda. El dinero es parcialmente (aunque de manera fundamental) unidad de cuenta, y se utiliza cada vez que se realiza una transacción mercantil, un acuerdo de pagos, se registra una deuda, etc. Y en su rol crediticio (quien tiene derecho a adquirir bienes y servicios de la sociedad), es simplemente una cuenta contable, un registro bancario, o la impresión de un papel. No tiene costos de producción (curva de oferta tradicional) y el comportamiento de su curva de demanda pareciera encontrarse lejos de la de cualquier otro bien o servicio. De ahí las enormes dificultades teóricas que ha generado la asociación del dinero a alguna mercancía particular, como el oro o la plata, en momentos históricos específicos.
No debemos asociar la consolidación monetaria a un proceso productivo, donde las dificultades para su producción, o su escasez, influyen en su precio. El dinero es, en cierto aspecto, el sistema de precios en su totalidad.
El sistema monetario internacional: el centro y la periferia
En la tradición del pensamiento económico argentino y latinoamericano, hablar de centro y periferia es una herencia que aún (felizmente) perdura. No solo en los aspectos productivos se observa tal distinción, sino que el sistema monetario y financiero global también presenta una dinámica similar, y probablemente con diferencias aún más agudas. Tan solo unas pocas monedas nacionales tienen la capacidad de alcanzar el rol de divisa (moneda aceptada globalmente), siendo sumamente hegemónico el dólar estadounidense, el cual según el BIS1 alcanza alrededor del 90% de las operaciones globales de cambio. Asimismo, la supremacía de los mercados de capitales estadounidenses también es abrumadora.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que existe una moneda global bajo la cual se denomina y, por lo tanto, se construye el sistema internacional de acumulación y reproducción del capital: el dólar estadounidense.
Las dificultades aparecen al momento de explicar por qué existen otras monedas. Estando el sistema global sustantivamente dolarizado, y siendo que gran parte de los países periféricos se insertaron en la dinámica del comercio global a través de sus vínculos con las metrópolis (sea el occidente europeo del siglo XIX o la hegemonía norteamericana del siglo XX), merece una seria reflexión la mera existencia de múltiples dineros soberanos que se pretenden autónomos de dicho proceso. Para llevarlo al plano local: no hay que preguntarse por qué los argentinos compran dólares (eso lo hace el planeta entero)2, hay que preguntarse por qué usan pesos.
El sistema monetario como construcción institucional nacional
Las monedas periféricas surgen junto con la construcción de los Estados periféricos. Espacios políticos territoriales que buscan organizar la producción y la movilización de recursos al margen (al menos parcialmente) de la dinámica global. En tal sentido la moneda es una herramienta esencial para la existencia de un país independiente.
Imaginemos una situación donde un país colonizado produce en función de las necesidades y las indicaciones de su metrópoli. Los medios de pago ingresan como resultado de las exportaciones o el ingreso de capital, y se destinarán al consumo o a las importaciones de suministros para mantener la producción fundamental, que no es otra que la destinada a la exportación. O sea, tenemos un eje productivo troncal, determinado por la capacidad de compra monetaria ejercida por el país central. Esa producción generará ciertas ramas novedosas, estimulará servicios, comercio y actividades, pero siempre en función de la demanda original. Nada garantiza que se utilice la totalidad de los recursos disponibles o se alcance el pleno empleo. Similar a una economía de enclave, esta sociedad puede mantener un funcionamiento con pequeños niveles de producción, al tiempo que se deja de lado a todo aquel que no ingrese en tal circuito, quien se mantendrá en niveles de subsistencia o precapitalistas.
Ahora imaginemos una situación donde tal comunidad construye un Estado soberano, el cual tiene capacidad de creación monetaria. Emite moneda, y pagando con ella moviliza recursos productivos antes inutilizados (contrata mano de obra, alquila o compra recursos naturales, alquila bienes de capital, etc.). A través de los impuestos y la producción resultante, valida esa moneda obligando coercitivamente a los ciudadanos a conseguirla.
Esta idea, actualmente asociada a la Teoría Monetaria Moderna y previamente al chartalismo, podemos encontrarla aún más estilizada en la pluma del primer ministro de hacienda que tuvo la Confederación Argentina, Mariano Fragueiro. Este funcionario, quien tuvo a cargo la construcción de un sistema bancario y monetario de la nueva nación, describió la moneda como la representación de un sistema social, su producción, capital, organización y fuerza de trabajo. La moneda debería ser utilizada para el bien común, en un contexto donde todo el sistema económico es social, no individual, siendo la moneda una construcción política. También destacó el rol de la producción futura, donde es esa movilización de recursos antes ociosos la que validará también posteriormente al signo monetario.
De esta forma, la creación de una moneda junto con un Estado permite aumentar sensiblemente la producción, al tiempo que genera un espacio de acumulación de capital paralelo al sistema global. Como es de imaginar, ambos sistemas se encontrarán en tensión permanente, y ello puede observarse hasta el presente en las subsecuentes crisis de balanzas de pagos argentinas.
Cómo construir una moneda desde la periferia
El primer paso para consolidar una moneda nacional es entender la situación global en la que está inserta. Las monedas periféricas se encuentran en permanente tensión con la moneda global por un buen motivo: son profundamente inferiores. La moneda internacional representa y forma parte del sistema de acumulación global, del cual los países periféricos participan de forma absolutamente marginal, e incluso por fuera del mismo (con los espacios de producción destinados exclusivamente a los mercados locales).
Lejos de una abstracción teórica, esto se impone en las decisiones directas de los agentes. Podemos imaginar una hipotética administración de cartera financiera de cualquier ahorrista o inversor. Es conocido que una de las herramientas fundamentales de tal tarea consiste en la diversificación de activos a fin de mitigar el riesgo. ¿Cuántos activos de un país periférico debería tener una cartera de inversión correctamente confeccionada? ¿Cuántos denominados en la moneda propia de ese país? Dado que la moneda por excelencia de los mercados financieros es el dólar, que las mayores empresas del mundo suelen emitir activos denominados en esta (o en cualquier otra divisa) y que incluso las mismas grandes corporaciones de los países periféricos emiten deuda en moneda dura, ¿qué motivo tendría un ahorrista o inversor argentino para tener sus ahorros denominados en una moneda periférica insignificante? ¿Qué porcentaje de cartera sería sensato poseer en activos denominados en pesos? Probablemente la proporción sea baja, y el motivo sea exclusivamente un sesgo nacionalista (que debemos explicar, en desmedro del supuesto sesgo dolarizador).
Obsérvese que la depreciación de la moneda, las expectativas, la inflación, el equilibrio macroeconómico o la tasa de interés no aparecen en ningún momento del análisis. Mientras más sofisticado el inversor, más probable es que su forma de pensar sea la explicada.
Ciudadanos menos sofisticados obtienen percepciones indirectas del fenómeno: la inestabilidad de precios debe ser la más evidente de ellas. Por un lado, la formación de activos externos permanente, producto de la incapacidad de construir el sistema peso, lleva a nuestro país a una sucesión de devaluaciones con impactos inflacionarios evidentes. Asimismo, la incapacidad de estabilizar la distribución del ingreso, evidenciada en procesos de puja distributiva (acelerados y motorizados por las devaluaciones), alimenta la espiralización de los precios. Todo eso conlleva un fenómeno de deterioro del sistema peso como herramienta contractual que decanta en la elección del dólar como alternativa con mayor solidez.
Nuevamente, pareciera que el sesgo cultural no se encuentra en una hipotética extraordinaria compra de dólares por parte de los argentinos, sino que la característica cultural única sería el uso del peso. Frente a una moneda global, estable y generalizada, debemos explicar cómo lograr un espacio al margen de tal corriente, aunque con vasos comunicantes.
¿Qué herramientas poseen los países para construir sus monedas?
La coerción
La más evidente de las herramientas es la coerción, la imposición de la moneda a través de las instituciones políticas. Clara prueba de ello es que las monedas nacionales coinciden con los espacios territoriales e instituciones de los Estados. Como propone el chartalismo, una de las piedras basales de la moneda son los impuestos. Si un Estado recauda (a la fuerza) tributos en determinada moneda, la misma se impone como necesaria para cumplir con ello. Podríamos pensar que de esta forma se crea “demanda” de moneda local.
Sin embargo, hay otras formas de utilizar la fuerza pública para construir una moneda: la más destacable es su obligatoriedad para la firma de todo tipo de contratos, dentro de los cuales se destaca, fundamentalmente, el sistema financiero. Como dijo Keynes, “escribir el diccionario”. Si la moneda es una unidad de medida, el sistema financiero sería la cinta métrica. Difícilmente pueda imponerse el uso de una moneda local si la totalidad del sistema financiero ofrece la alternativa de utilizar divisa mundial. En la Argentina se ha naturalizado el sistema bancario y los mercados de capitales bimonetarios, pero ello dista de ser el estándar. En Latinoamérica, de las cuatro economías más grandes: México, Brasil, Colombia y Argentina (Santarcángelo y Malic), solo en la nuestra el sistema bancario es bimonetario. Ejemplos similares suceden con la transacción de bienes y servicios, donde ciertos niveles de gastos, en varias legislaciones, deben ser obligatoriamente realizados vía transferencia bancaria en moneda local.
La obligatoriedad puede extenderse a la clausura de casas de cambio, a las trabas burocráticas para comprar moneda extranjera o cualquier otro tipo de legislación (aplicada).
Los matices son muchos, al igual que las capacidades de control, las idiosincrasias, las instituciones ya construidas, la facilidad de aparición de mercados paralelos o las implicancias electorales de todas estas políticas. De lo que no hay duda es que los Estados realizan políticas activas y coercitivas a fin de lograr ampliar y consolidar sus espacios monetarios en detrimento de las monedas globales. La moneda se impone, no se propone.
La utilidad del sistema
Como podemos imaginar, construir una moneda no es tan fácil. No es solo cuestión de decisión política. La sociedad puede resistirse a ello de múltiples maneras, siendo la más evidente la aparición de mercados paralelos que intentan eludir el corset de la moneda nacional.
Es por ello que el sistema monetario nacional debe tener funcionalidad, cumplir múltiples roles, solucionar problemas concretos y ayudar y consolidar el espacio productivo nacional.
Una forma sucinta de encarar el tema es pensarlo desde los balances: el sistema monetario debe permitir administrar el balance de cualquier persona (jurídica o física) de la forma más eficiente y útil posible, particularmente respecto de los tiempos, y el riesgo.
Pensemos inicialmente el aspecto de los pasivos: debe ser posible tomar deuda en moneda nacional para utilizarla. La deuda (según múltiples antropólogos, madre del dinero, ver Graeber) debe permitir organizar la producción intertemporalmente, al tiempo que asigna y moviliza recursos. Una moneda en la cual no es posible apalancarse nace coja. ¿Por qué sucedería algo así? En economías altamente inflacionarias, como la argentina, la nominalidad alcanza niveles que limitan seriamente el otorgamiento del crédito. Básicamente, la tasa de interés (que cubra o no la inflación, tiende a acompañarla), al ser tan alta, limita la relación cuota ingreso de cualquier deudor al momento de la toma del crédito. Todos conocemos el fenómeno de licuación de cuotas: al principio cuesta mucho, luego son chirolas. Ese fenómeno, donde la cuota inicial es muy abultada en términos reales, impide el otorgamiento de crédito relevante para cualquier balance. La única forma de solucionarlo es a través de crédito indexado (UVA en el caso local). Para dar crédito en moneda local (y por ende multiplicar su uso y “demanda” futura) es la única opción. Algo parecido sucede con los créditos dollar linked (realizados en pesos pero ajustables por el tipo de cambio oficial). Cualquier empresa que tenga un flujo relevante de ingreso en dólares debe apalancarse con instrumentos vinculados a tal variación. Descartarlos como herramientas de acceso al crédito no solo impide el crecimiento y la producción, sino que también genera inestabilidad financiera, ya que los agentes buscan compensar esa falta de otra manera (deuda en divisas, ahorro en divisas, acumulación de activos financieros de corto plazo para autofinanciar la inversión, etc.).
Desde el lado del activo encontramos otro fenómeno: los agentes tienen que poder gestionarlos sin exponerse a riesgos innecesarios o que excedan su negocio. Las familias deberían poder ahorrar sabiendo que no van a perder poder de compra (UVA) o que podrán acceder a un gasto ajustado en moneda extranjera (dollar linked), mientras que las empresas deben poder calzar su flujo de activos y pasivos sin asumir riesgos. Ejemplos de ellos son la volatilidad cambiaria, la volatilidad de tasa o la inflación. Sin activos, a múltiples plazos, ajustables por inflación o tipo de cambio, las empresas terminan obteniendo resultados en base a la exposición que tengan a una u otra variable que a las del propio negocio. Al no poder acomodar los activos y los pasivos al flujo del negocio, cada pyme se transforma en una casa de apuestas, donde lo más relevante es ver si se consigue un crédito a tasa subsidiada esperando que se dispare la inflación o si compra dólares previo a una devaluación para renovar stock.
Asimismo, la adquisición de riesgo privado por parte del Estado también permite la expansión del crédito (caso emblemático es Estados Unidos, con los fondos de garantía estatales para créditos hipotecarios más grandes del planeta).
Para que existan estas alternativas, el gobierno nacional (junto a su Banco Central) debe tomar posiciones, y ofrecer activos, pasivos y derivados, que permitan a los bancos comerciales y a los mercados de capitales ofrecer productos que sean consistentes con el negocio y las necesidades de los clientes. Un Banco Central y un Tesoro que estructuran todo el sistema en base a una tasa fija en pesos es un sistema que no permite gestionar el tiempo ni el riesgo, generan un sistema inútil (por mucha estabilidad macroeconómica intertemporal que, hipotéticamente, pueda brindar).
Conclusión
En este artículo se presenta la construcción monetaria como una cuestión sistémica, tanto local como global. La moneda no está dada como en los libros de texto macroeconómicos.
La Argentina se encuentra, al igual que todas las economías periféricas, en una posición de inferioridad respecto de las monedas dominantes. Es un aspecto estructural de la dinámica global de acumulación, y no una característica particular de nuestra nación.
La construcción monetaria, que ha resultado parcialmente exitosa en otras economías, es producto de una combinación de políticas coercitivas con la elaboración de un marco institucional y un sistema financiero funcional a las necesidades de los actores.
Ese proceso implica cierta violencia estatal, la cual genera costos políticos, dado que limita la capacidad de acción de los ciudadanos. Por otro lado, el sistema debe ser funcional, y para ello el Estado debe asumir determinados riesgos (tasa, devaluación, cesación de pagos de privados, etc.). Pretender que el Estado simplemente legisle el uso de una moneda, y que la construcción de la misma sea espontánea por elección de los usuarios y ofrecimiento del sistema financiero privado (asumiendo todos los riesgos), es una visión que consideramos sumamente simplista, despojada de reflexiones acerca de las experiencias históricas y actuales propias, regionales e incluso globales.
Bibliografía recomendada
Braun, Oscar. Joy, Leonard. (1981). “Un modelo de estancamiento económico”. Desarrollo Económico.
Graeber, David. (2012). “Debt: The First 5,000 Years”. Melville House.
Ingham, Geoffrey. (2004). “The Nature of Money”. Polity Press.
López, Rodrigo Manuel. (2021). “Mariano Fragueiro: Escritos sobre moneda y banca”. Mecon.
Malic, Estanislao. Santarcángelo, Juan. (2022) “Financiarización subordinada en América Latina: dolarización, endeudamiento externo e internacionalización de la riqueza.” El Trimestre Económico.
Rua, Magdalena Belén. (2019). “La fuga de capitales en América Latina: 2002-2017”. FLACSO.
Noyola Vázquez, Juan. (1956). “El desarrollo económico y la inflación en México y otros países latinoamericanos”. Revista Investigación Económica, UNAM.
Olivera, Julio. (1967). “Aspectos dinámicos de la inflación estructural”. Revista Desarrollo Económico.
Prebisch, Raúl (1949), “Introducción: el desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”. Estudio Económico de América Latina, CEPAL.
Notas:
1) Bank for International Settlements. ⇑
2) En trabajos como el de Magdalena Rua, o el de Santarcángelo y Malic, puede observarse que, al menos en lo que hace a Latinoamérica, todos los países conviven con una fuerte dolarización de activos de sus residentes, limitada o expandida según los mecanismos que la permitan. Ejemplo de ello es la clara diferenciación entre países con sistemas bancarios bimonetarios, versus los países con sistemas bancarios con moneda única (nacional). ⇑
Autorxs
Estanislao Malic:
Economista por la Universidad de Buenos Aires. Coordinador y docente de la diplomatura de finanzas de la Universidad Nacional de Quilmes. Ex director general de Inversiones del FGS ANSES. Ex director de Pellegrini SGFCI. Ex investigador del CEFID AR.