El Covid y los medios

El Covid y los medios

La autora aborda en su artículo la circulación informativa en relación a la política y la pandemia, en un caso en particular como el de los Estados Unidos.

| Por Gaye Tuchman |

Traducción al español por Nadia Koziner.

Durante más de dos años, mi vida ha estado dominada por las restricciones asociadas con el Covid. Como persona diabética de 79 años, he seguido las reglas. He sido incluso más cautelosa que la autoridad del gobernador de mi estado y del Centro Nacional para el Control de Enfermedades. Uso mi mascarilla al aire libre, no voy a restaurantes, al cine, a las tiendas (excepto a la farmacia), ni a casas de amigos. Hago Zoom. Iba al almacén a las 6 am cuando esa hora estaba reservada para personas mayores. Durante un tiempo hice mis compras en línea y me las entregaban en casa. Después de que me rompí el brazo y me destrocé el hombro en junio pasado, mis amigos me llevaban al médico, todos con mascarilla y con la vacuna contra el Covid, así como con el refuerzo recomendado tan pronto como estuvieron disponibles.

Como es obvio, he tenido una buena educación, cumplo con la mayoría de las leyes y soy de clase media alta. Las personas que no comparten mis características demográficas también se han vacunado y colocado mascarillas, al igual que la mayoría de los residentes de los Estados Unidos. Pero no todos. Solo el 65 por ciento de la población está completamente vacunada.

El 35 por ciento restante incluye personas con mis categorías demográficas que sostienen que el Covid o los pasos para minimizar la probabilidad de contraerlo son un engaño. Dentro de este grupo, hay personas inspiradas por la fe en nuestro último presidente, Donald Trump: le creyeron cuando menospreció al establishment médico. Hay otros, con los que puedo simpatizar, que se niegan a creer los consejos médicos que han permeado las noticias porque, lamentablemente, el establishment médico los ha ignorado, tratado con rudeza o incluso experimentado con ellos sin permiso. Como cualquier socióloga, puedo nombrar a estos grupos: en primer lugar, las personas negras y las pobres. La gente puede recordar el Experimento Tuskegee, cuando los médicos les dijeron a varones negros con sífilis que estaban recibiendo tratamiento, pero no se lo dieron, sino que registraron las etapas asociadas con la progresión de su enfermedad. Algunos medicamentos para enfermedades han sido probados en presos; otros, sobre ciudadanos de Puerto Rico, un territorio estadounidense no incorporado. Se ha culpado a los estadounidenses de origen asiático por la existencia del Covid. Los inmigrantes de América latina, especialmente de México y América Central, han sido tratados muy mal, al igual que los indígenas estadounidenses, cuyas experiencias históricas invitan a estremecerse. Además, muchos miembros de estos grupos han perdido sus trabajos. Demasiados de los que todavía están empleados hacen trabajos que los exponen a grupos de personas sin mascarillas.

Nuestra Constitución puede afirmar que todas las personas somos iguales, pero nuestro país no nos trata de esa manera. En total, más de 78,8 millones de estadounidenses han contraído Covid y más de 940.000 personas han muerto por causas relacionadas con esta enfermedad. Las personas negras y las pobres están sobrerrepresentadas. Algunas de esas muertes pueden atribuirse a los medios modernos.

Cuando le dije a mi fisioterapeuta que estaba escribiendo este ensayo, me dijo que Estados Unidos es demasiado grande y variado para que yo escriba sobre un tema tan amplio como el Covid y la comunicación en Estados Unidos. Incluso en mi pequeña ciudad de Nueva Inglaterra, de aproximadamente 15.000 habitantes a los que se suman más de 20.000 estudiantes universitarios, hay mucha variación y mucho Covid. Durante el último gran brote, nuestro estado estimó que si alguien en nuestro pueblo estuviera en un grupo de diez personas, uno de ellos podría tener Covid. Les doy algo de crédito a los medios por este horror: la transformación gradual pero radical de las industrias de comunicaciones estadounidenses alentó parte de esa enfermedad y muerte.

Las normas que regulan la propiedad de los medios han variado dependiendo, hasta cierto punto, del partido político que sea dominante y tenga la mayor cantidad de miembros en la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su nombre en inglés), la agencia regulatoria. Allá lejos y hace tiempo, los Estados Unidos tenían tres principales canales comerciales de televisión, las estaciones de radio eran en su mayoría independientes de otros medios, las principales ciudades tenían periódicos que competían entre sí y la propiedad de los medios estaba más cuidadosamente regulada que en la actualidad. Por ejemplo, una empresa solo podría poseer cinco canales de televisión. No podía poseer dos emisoras de radio en el mismo mercado. Un periódico no podía ser dueño de un canal de televisión.

Con la invención y propagación de la televisión por cable, la situación se hizo más compleja. Así como una plétora de emisoras de radio en las principales ciudades había resultado en una mayor variación en la cobertura de noticias, también más canales de cable finalmente produjeron una programación de noticias más variada, incluidas nuevas redes que desafiaron a los programas de noticias supuestamente objetivos de los tres grandes que alguna vez fueron dominantes. La corporación Fox, controlada por el magnate de las noticias ultraconservador Rupert Murdoch, competía con ABC, CBS y NBC. Tuvo tanto éxito que en 2003 una participante en un grupo de apoyo para diabéticos al que me había enviado mi médico, sin vergüenza, anunció en voz alta a todos que tenía que llegar a casa rápidamente para ver a un presentador de noticias de Fox odiosamente conservador. El dominio alguna vez hegemónico de tres programas nacionales vespertinos disminuyó. Hubo una vez en que sus editores insistían en que los profesionales, es decir, la gente de las noticias, deberían decidir qué importaba lo suficiente como para ser noticia.

El derecho a definir las noticias iba a cambiar, ya que la aparición de Internet en la década de 1980 hizo que la situación de las noticias fuera aún más compleja. Con una búsqueda dirigida, uno podía encontrar las noticias que prefería leer, ver o escuchar. El resultado de un aparente incremento de alternativas condujo a resultados bien conocidos. Los periódicos languidecían y fracasaban. Una sola corporación de radio se extendía por gran parte de la nación y distribuía noticias nacionales, pero no locales. Los teléfonos celulares agregaron más alternativas: uno podía proclamar sus puntos de vista en Facebook, Twitter y otras plataformas, incluso cuando solo leía las opiniones políticas de los llamados “amigos”. En sus versiones en línea, los periódicos invitaban a los lectores a comentar las historias. A medida que crecían las tecnologías y las posibilidades, los periódicos en línea medían cuántas visitas recibían sus historias y algunos, como The New York Times, incluso publican qué historias tienen la mayor cantidad de visitas, modificando los números a medida que transcurre el día. Cuando el número de personas que leen una historia determina qué acontecimientos se convertirán en noticias significativas, el sentido mismo de las noticias ha cambiado. Para complacer a los consumidores y así a los anunciantes, los periódicos, los medios electrónicos e incluso los usuarios de Instagram pueden decidir qué será noticia. En tales condiciones, los puntos de vista políticos se bifurcaron cada vez más. No era necesario estar expuesto a los medios con los que no se estaba de acuerdo.

Donald Trump proporciona un ejemplo paradigmático. Incluso una mirada superficial a la cobertura de sus actividades políticas muestra que a la gente de las noticias le importaba cada vez más cuántas visitas recibía una historia sobre él, en lugar de si los cronistas y editores la consideraban importante. Las historias sobre Trump vendieron anuncios en periódicos, programas de televisión y plataformas de Internet. Hicieron dinero. Durante la temporada de primarias de las elecciones presidenciales de 2016, Trump hizo declaraciones escandalosas (muchas mentiras), que las noticias informaron de manera obediente y prominente. Observé a los dos periódicos a los que estoy suscrita, The New York Times y Washington Post, publicar historia tras historia presentando las mentiras de Trump sin llamarlo mentiroso. El Times lo llamó mentiroso por primera vez después de su elección.

Pienso en esa cobertura de Trump cada vez que un medio de comunicación o una persona me dice que las noticias y el establishment médico han estado mintiendo sobre el Covid. Después de que surgiera la enfermedad, Trump aconsejó a los estadounidenses que no se preocuparan. El Covid, dijo, era insignificante, una enfermedad extranjera, una mentira médica.

Después de romperme el hombro y antes de que pudiera volver a conducir, le pedí a una amiga que me llevara a mi ortopedista. “Claro”, dijo, “pero debo decirte que no estoy vacunada”. Sabiendo que es terca, solo respondí: “Gracias, de todos modos”. Recientemente, ha estado publicando diatribas sobre el establishment médico en su página de Facebook. Sé que tiene algunos amigos que votaron por Trump y que creen que ganó las elecciones presidenciales de 2020. Me gustaría pensar que ella no ha sido influenciada por ellos ni por los noticieros que ellos prefieren. Estos atacan al establishment médico y a los intentos federales de luchar contra el Covid. Pero aunque espero que no se contagie de Covid, sé que el hecho de que los medios de comunicación hayan fallado en señalar las mentiras, la bifurcación de la política nacional y el maltrato absoluto a los grupos minoritarios y a las personas pobres han causado muchas de las más de 940.000 muertes de estadounidenses por Covid-19.

Autorxs


Gaye Tuchman:

Profesora Emérita de Sociología de la Universidad de Connecticut. Ha sido presidenta de la Eastern Sociological Society, vicepresidenta de la Sociologists for Women in Society y consejera de la American Sociological Association.