Introducción

A menudo, la opinión pública –es decir, la publicada– y cierto sentido común –el menos común de todos los sentidos– sostienen que los problemas de la moneda argentina radican en su reiterado incumplimiento de las tres funciones clásicas que la teoría económica asigna al dinero: medio de pago, unidad de cuenta y reserva de valor. No les falta razón. A lo largo de la historia reciente, nuestra moneda ha fallado en una, dos o incluso en las tres funciones simultáneamente, especialmente en momentos críticos como las crisis de 1989 o 2001.
El síntoma más característico de las crisis argentinas ha sido, precisamente, la repulsión de la propia moneda. No es casual que, desde su creación, el peso argentino haya perdido trece ceros. Pero es fundamental señalar que la incapacidad histórica de la moneda argentina para cumplir con las funciones básicas no es la causa de las crisis, sino su consecuencia.
La mirada exclusivamente economicista sobre la moneda, como suele suceder, resulta insuficiente. Más allá de sus funciones instrumentales, el dinero es también un hecho social y político. Tiene un anclaje colectivo que le otorga legitimidad y que, en última instancia, hace viable su existencia.
Sin embargo, desde ciertos centros de pensamiento –partidarios del llamado “discurso único”– proliferan propuestas que promueven la sustitución del peso por una moneda extranjera considerada “fuerte”, como el dólar. Estas ideas incluyen desde dolarizaciones plenas hasta esquemas híbridos como la convertibilidad o la “competencia de monedas”. Todas ellas comparten un supuesto común: que la moneda nacional es prescindible. Lo que estas propuestas ignoran –o, peor, desestiman– son las implicancias profundas, económicas y políticas, de renunciar a la moneda propia.
El presente número de Voces en el Fénix se plantea, justamente, recuperar esta discusión, bajo la premisa de que Argentina debe recuperar su moneda. No porque la haya perdido del todo, sino porque hoy enfrenta una amenaza explícita desde el propio gobierno nacional: la promesa de una dolarización.
Paradójicamente, desde el inicio de la actual gestión, el peso argentino ha sido la moneda que más se apreció en el mundo. Pero esta apreciación no se sostiene en una economía sólida, sino en un esquema transitorio de endeudamiento y apoyo del FMI. Se trata de una valorización artificial, sin respaldo en un entramado productivo, social y político capaz de sostenerla en el tiempo. Una ingeniería inversa: en lugar de que una moneda fuerte acompañe a una economía vigorosa, se pretende construir fortaleza monetaria sin bases reales.
Este número de Voces en el Fénix busca no solo desarmar los argumentos a favor de la sustitución de la moneda, sino también contribuir a pensar cómo estabilizar y fortalecer nuestra moneda nacional. Es una invitación a reflexionar sobre las consecuencias –muchas veces invisibilizadas– que tendría adoptar una moneda extranjera, y, sobre todo, sobre la necesidad de construir un peso argentino robusto, que sea herramienta de desarrollo, inclusión y soberanía.
Esta edición reúne una serie de aportes que, leídos en conjunto, conforman una conversación colectiva, un debate entre miradas complementarias que, desde distintos enfoques, abordan el mismo desafío: sentar las bases para recomponer una moneda nacional capaz de acompañar un proyecto de crecimiento con equidad.
Así, el número se estructura en cuatro bloques de artículos. Un primer bloque (Crespo et al., Wilkis, Calcagno, Monza y Palacios) argumenta no solo las desventajas de imponer una dolarización en Argentina, sino que resalta los peligros que implican los procesos de reemplazo de la moneda doméstica. De esta manera, Wilkis habla de las “narrativas de reemplazo” y de la dolarización no solo como una herramienta para estabilizar la macroeconomía sino como un proceso de inflexión en la sociedad. En un sentido similar Crespo et al. introducen a este análisis la dimensión del “dólar electoral”, que no solo aplica a la posibilidad de dolarizar la economía argentina sino a las ansias dolarizantes de los agentes de la sociedad y la estrategia económica de abaratar artificialmente la divisa norteamericana como única herramienta para estabilizar la economía. Pareciera entonces que el valor del dólar no es solo una cuestión meramente financiera, sino también política. Su cotización diaria se transforma en la encuesta de opinión pública en tiempo real más fidedigna de todas. Por su parte, Calcagno, Monza y Palacios señalan las claras desventajas de dolarizar la economía, desventajas enraizadas en la pérdida de soberanía para ejercer política económica. Palacios señala, además, que la dolarización “despolitiza” la economía al subordinar las decisiones de política económica a actores foráneos con intereses no necesariamente coincidentes con los locales. Ahora bien, como resalta Monza, la defensa de la soberanía en la política económica no es una aspiración meramente ideológica, sino que se apoya en motivos muy concretos vinculados al manejo de una economía periférica como la argentina.
Respecto de los procesos de dolarización, el ejemplo comparable con nuestro país y más cercano geográficamente es Ecuador, el caso que suele ser promocionado por los centros de poder como “exitoso”. Palacios matiza ese supuesto éxito y presenta interrogantes transformando el ejemplo ya no en una recomendación sino en una advertencia. Ecuador dolarizó su economía hace un cuarto de siglo; sin embargo, ¿dejó de ser una economía vulnerable? ¿Resolvió sus problemas estructurales?
Descartada la idea de la dolarización y poniendo en valor la necesidad de una moneda propia, el segundo bloque de artículos (Malic, Bortz y Mario) recoge la idea de (re)pensar una moneda doméstica desde la periferia en un contexto mundial desafiante. Malic sostiene que el debate no debe centrarse únicamente en las ansias de dolarización, sino en las razones que llevaron al desuso del peso. Valga la redundancia, no son dos caras de la misma moneda. La moneda nacional entonces deberá reforzar su carácter de construcción política y social, y su imposición (no ya la mera alternativa de su uso) fungirá como la contracara de las oportunidades y beneficios económicos que conlleva su uso consolidando al mismo tiempo el espacio productivo nacional. En la (re)construcción de la moneda nacional Bortz advierte que en el marco del “carácter subordinado de la economía argentina” no todos los países de similares características afrontan las mismas dificultades en torno a su economía, al menos no con la misma intensidad, volatilidad y persistencia. Por eso el autor enfatiza el cuidadoso trabajo que se debe realizar en el manejo de activos y, por sobre todo, los pasivos del país (deuda externa) para conseguir el objetivo deseado. Mario también plantea los peligros que acarrea la deuda externa en el proceso de (con)formación de la moneda nacional y apela al “vivir con lo nuestro” de Aldo Ferrer, en contraposición al “vivir con menos de lo nuestro” que implican los procesos de endeudamiento insostenible que ha encarado el país en el pasado. En ese sentido, el autor señala que las finanzas públicas deben ser funcionales a los objetivos de política económica y no confundir los balances fiscales con objetivos en sí mismos.
El tercer bloque de artículos compuesto por los aportes de Burgos, y Rampinini y Mondino aborda aspectos puntuales a ser tenidos en cuenta a la hora de repensar el rol estratégico que debe poseer la moneda argentina. Burgos recala en el vínculo que existe entre el sistema bancario bimonetario y un mercado inmobiliario completamente dolarizado y desentraña la relación entre los booms de crédito hipotecario y las crisis económicas antecedidas por corridas cambiarias. Rampinini y Mondino destacan que todavía hay lugar en el comercio mundial para monedas que no sean el dólar y señalan un cúmulo de experiencias y ejemplos –tanto de países centrales como periféricos– que desdolarizaron su intercambio comercial de manera exitosa.
El cuarto y último bloque (Scasserra, Weitz y Vanoli) ya no se limita a explorar la posibilidad, sino que plantea con claridad la necesidad de incorporar la dimensión digital a la moneda nacional. Tanto Weitz como Vanoli señalan las experiencias del yuan digital y el real digital, entre muchas, como reflejo de la tendencia global de los bancos centrales en dar respuesta a las demandas de innovación e inclusión tecnológica y financiera a través de monedas digitales centralizadas sin renunciar a la capacidad del Estado de conducir estos procesos y alinearlos a los objetivos de desarrollo nacional. En el mismo plano, Scasserra advierte sobre los peligros del modelo inverso: monedas digitales (criptomonedas) desreguladas, descentralizadas y desvinculadas del monopolio estatal. Lo que a primera vista se presenta como una democratización del sistema financiero es una pantalla, en palabras de la autora, de la privatización de la emisión monetaria que no solo comparte la misma volatilidad y los mismos riesgos de una moneda tradicional sino que además carece de un proyecto político y social en favor de las mayorías que avale y legitime su uso.
La moneda argentina no es simplemente un instrumento técnico, ni un símbolo vacío: es el espejo de nuestras decisiones económicas, de nuestras tensiones sociales y de nuestras disputas políticas. En tiempos donde se propone renunciar a ella en nombre de una estabilidad ilusoria, este número de Voces en el Fénix apuesta por algo más complejo y valioso: repensarla, entender sus fragilidades y sus potencias, y proyectar un camino para recuperarla como herramienta de desarrollo, inclusión y soberanía.
Lejos de respuestas fáciles, los artículos que siguen invitan a una conversación rigurosa, diversa y profundamente necesaria. Cada autor y autora aportan una mirada original sobre por qué el peso ha llegado hasta aquí, qué implica dejarlo atrás y –sobre todo– qué se necesita para reconstruirlo con raíces firmes en la realidad argentina.
No se trata de nostalgia monetaria, ni de una defensa abstracta de símbolos nacionales. Se trata de algo más urgente: imaginar una moneda que vuelva a ser útil, confiable y propia. Una moneda que no se imponga por decreto, pero que se gane su lugar en la vida cotidiana, en el trabajo, en la producción, en el ahorro.
Este número está hecho para quienes aún creen que otra economía es posible –y saben que esa economía necesitará su propia moneda–. Abrir sus páginas es sumarse a ese desafío.
Autorxs
Haroldo Montagu:
Licenciado en Economía (Universidad de Buenos Aires). Magister en Economía del Desarrollo (Universidad de Rotterdam). Se desempeñó como viceministro de Economía y director nacional de Política Macroeconómica dentro del ámbito del Ministerio de Economía de la Nación. Fue economista jefe del Banco de la Nación Argentina y jefe de unidad en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en Santiago de Chile. Es coordinador académico del Plan Fénix y docente en la Universidad Nacional de Moreno y la Universidad Nacional de Avellaneda.