La relevancia de una moneda soberana en el comercio internacional bajo el actual sistema monetario internacional

La relevancia de una moneda soberana en el comercio internacional bajo el actual sistema monetario internacional

El artículo logra demostrar la dependencia que las economías de los distintos países han tenido históricamente con respecto a la de Estados Unidos y frente a esta situación plantea la necesidad de reivindicar a las monedas nacionales.

| Por Anahí Rampinini y Lisandro Mondino |

A lo largo de la historia, el intercambio comercial entre sociedades o naciones ha implicado la necesidad de contar con un medio de cambio universalmente aceptado, esto es, una moneda, que también cumpla la función de unidad de cuenta, tanto a nivel interno como con su equivalencia a nivel internacional, es decir, los tipos de cambio entre las monedas nacionales y la divisa de referencia del mercado mundial.

Al considerar el plano internacional, la moneda trasciende su función facilitadora de transacciones para adquirir una dimensión estratégica y geopolítica. La determinación de la moneda predominante en el comercio mundial refleja correlaciones de fuerza económica, militar, hegemonías políticas y acuerdos históricos que moldean el sistema financiero global. De hecho, la capacidad de administrar el nivel y las variaciones del tipo de cambio ha constituido históricamente una herramienta fundamental de política económica para cualquier país o sociedad.

En la historia contemporánea el rol de moneda en los intercambios internacionales lo ejerce el dólar estadounidense. Esto es así a partir del acuerdo de Bretton Woods establecido al término de la Segunda Guerra Mundial, donde se determinó la utilización del dólar como moneda de referencia internacional, respaldada por el gobierno de los Estados Unidos de América, garantizando su conversión al oro a una tasa de equivalencia fija de 35 dólares por onza.

Este esquema se quiebra en agosto de 1971, en un contexto de suba del precio internacional del barril del petróleo por parte de los países que conforman la OPEP, agravando la situación de inflación mundial, y en particular perjudicando a los Estados Unidos, que además enfrentaba el desgaste de la Guerra de Vietnam y un empeoramiento de su saldo comercial generando el primer déficit comercial estadounidense del siglo. En este marco, las reservas de oro de EE.UU. disminuyen constantemente y crecen las presiones financieras internacionales, principalmente de los países europeos, que ponen constantemente a prueba la capacidad estadounidense de sostener la paridad fija del dólar con el oro.

En ese mes el entonces presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar estadounidense en oro, generando múltiples y sucesivas devaluaciones en diferentes países y estableciéndose en los hechos un esquema de administración de los tipos de cambio de las monedas nacionales con el dólar mayoritariamente de tipo flotante, que se mantiene hasta la actualidad, con mayor o menor grado de libertad según cada caso y momento.

A partir de entonces, el actual Sistema Monetario Internacional sostiene al dólar estadounidense como moneda de referencia, medio de cambio y de reserva mundial, pero sin ningún respaldo físico, es decir, es un esquema fiduciario, basado en la confianza en los Estados Unidos, o más específicamente, en su hegemonía económica y militar.

Este sistema le otorga entonces a Estados Unidos la potestad de la emisión de la moneda mundial y al resto de los países del mundo la necesidad de hacerse de dichas divisas para poder hacer frente a los saldos de sus transacciones con el mundo. Esto último solo es posible de tres maneras: las exportaciones, la inversión extranjera directa o en cartera y el endeudamiento en moneda extranjera público o privado.

Tal necesidad del sistema de abastecer de liquidez a la economía mundial requiere que Estados Unidos tenga un déficit de balance de pagos constante, inyectando dólares al resto del mundo ya sea por vía comercial o por vía financiera. En efecto, desde 1980, Estados Unidos mantiene un constante y por períodos creciente déficit de cuenta corriente, que ha llegado a representar en 2006 casi 6% de su Producto Bruto Interno, siendo actualmente de alrededor del 4% del PBI.

Este esquema implica una fuerte interdependencia comercial y financiera entre los Estados Unidos y el resto del mundo, ya que los altos y crecientes niveles de deuda pública estadounidense, necesaria para hacer frente a sus déficits de balance de pagos y fiscal (en 2024 del 6% del PBI), se encuentra en manos de bancos centrales e inversores extranjeros. Esto plantea una situación paradojal, dado que el dólar es a la vez una piedra angular de las finanzas mundiales y una vulnerabilidad potencial y creciente. Esta situación de interdependencia existe desde el acuerdo de Bretton Woods y se ha incrementado desde su quiebre, de hecho, es una de las razones por las cuales aun con la suspensión de la convertibilidad con el oro, el dólar se mantuvo como moneda mundial.

Asimismo, al ser el dólar estadounidense la moneda de referencia para las finanzas internacionales, la tasa de interés asociada a la mayoría de las transacciones financieras internacionales responde íntegramente a los movimientos de la tasa de interés interna de los Estados Unidos. Es decir que las decisiones de política monetaria de las administraciones estadounidenses, por razones relacionadas enteramente al devenir de su economía nacional, afectan irremediablemente a la economía global. Un claro ejemplo histórico de esto es cuando a inicios de la década de 1980 la Reserva Federal subió la tasa de interés de referencia hasta casi un 20%, impulsando una crisis de deuda externa en Latinoamérica con sucesivos defaults que se conoce como “la década perdida”.

Para poder hacer frente a este nuevo esquema, los países del mundo comenzaron en la década de 1980 un proceso de acumulación de dólares estadounidenses en sus reservas internacionales, con el fin de contar con algún tipo de seguro para poder intervenir y sostener sus niveles de tipo de cambio. Asimismo, contar con un amplio stock de reservas internacionales líquidas tiene un fuerte efecto disuasivo, es decir, reduce la vulnerabilidad financiera, amén de que sus posibles usos alternativos puedan tener efectos económicos más tangibles y efectivos.

Acumular reservas internacionales implica poder sostener durante un considerable período de tiempo un superávit del balance de pagos, preferentemente por vía de ingresos genuinos de divisas, es decir, por medio de transacciones con el exterior que no impliquen una posterior salida de divisas de igual o mayor cuantía que el ingreso inicial (por ejemplo, el endeudamiento externo o ciertas inversiones extranjeras directas cuyas posteriores salidas por vía de la remisión de utilidades más que compensan la inversión inicial). Idealmente, el superávit comercial tanto de bienes como de servicios se posiciona como la principal fuente genuina de divisas para la acumulación de reservas internacionales, dado que no se corresponde con ninguna salida futura obligatoria.

Por el lado de la cuenta financiera del balance de pagos, la liberalización, en la mayoría de los países, de los controles a los flujos de capitales internacionales en las décadas posteriores al quiebre de Bretton Woods junto con la aceleración de las transacciones gracias a los desarrollos tecnológicos en las comunicaciones y la automatización, otorgan al sistema un alto nivel de inestabilidad que ha significado sucesivas crisis monetarias y financieras ocurridas a finales de siglo XX en la mayoría de los países emergentes y en desarrollo, seguido de crisis financieras en los países centrales, tales como la crisis de las .com, la crisis de las hipotecas subprime y la crisis europea denominada de los “PIGS”.

Este devenir puso en cuestionamiento el funcionamiento del Sistema Monetario Internacional, surgiendo espacios de debate nuevos como el G20 o el Foro BRICS, los cuales no solo ponen en debate el actual sistema, sino que plantean la construcción de otro sistema monetario más justo y equilibrado, no basado en la hegemonía del dólar como moneda global. Es por ello que en las últimas décadas se observa una clara tendencia hacia la desdolarización del comercio y las finanzas globales, es decir, distintos países en acuerdos bilaterales o en el marco de diversos arreglos de integración regional pautan realizar sus transacciones transfronterizas con sus propias monedas como medio de liquidación internacional, sin utilizar el dólar estadounidense en ese rol.

Además del caso del euro como moneda común de los países miembros de la Unión Europea desde principios de siglo, se pueden mencionar como ejemplos relevantes actuales los siguientes:

– El comercio bilateral entre China y Rusia se realiza actualmente casi en su totalidad en rublos rusos y yuanes chinos (o renminbi), estando prontos a alcanzar la desdolarización completa de sus relaciones comerciales. A su vez, China ha realizado swaps de moneda con 41 países, lo que le ha permitido recientemente utilizar el yuan para liquidar cerca de la mitad de sus transacciones transfronterizas de comercio e inversión. Es de destacar que se ha dado el uso del yuan como moneda para saldar el comercio internacional entre terceros países, como es el caso de algunas transacciones entre la India y Rusia. En el caso de Rusia un impulso grande han sido las sanciones económicas recibidas luego del inicio del conflicto bélico con Ucrania.

– India y los Emiratos Árabes Unidos acordaron el establecimiento de un Sistema de Liquidación en Moneda Local (LCSS, por sus siglas en inglés) con el fin de utilizar la rupia india y el dírham de los Emiratos Árabes Unidos en sus transacciones comerciales. Asimismo, India mantiene desde 2012 un acuerdo para liquidar el comercio en propias monedas con la Asociación Sudasiática para la Cooperación Regional, mediante swaps.

– Los países miembros del acuerdo de integración regional denominado Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), Myanmar, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, lanzaron en 2016 el Marco para la Liquidación en Monedas Locales (LCSF, por sus siglas en inglés), para promover el uso de la moneda local en el comercio y la inversión intrarregional.

– Los países miembros del Foro BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) promueven activamente que las transacciones comerciales y financieras entre sus países miembros se realicen íntegramente en sus propias monedas, e incluso existen conversaciones en vistas a la creación de una moneda propia.

– 11 países miembros de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), a saber, Armenia, Turkmenistán, Uzbekistán, Azerbaiyán, Bielorrusia, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Kazajistán y Kirguistán, dejarán de utilizar el dólar en sus transacciones comerciales.

– A nivel regional existe el Sistema de Pagos en Moneda Local en el marco del MERCOSUR, implementado por Argentina y Brasil en el año 2008, aunque su nivel de utilización es muy bajo.

Esta tendencia ha implicado que la participación del dólar estadounidense como reserva internacional de los Bancos Centrales del mundo caiga 6 puntos porcentuales desde 2015 a la fecha (de 65% a 59%) y que su participación como medio de cambio internacional en el comercio global también caiga, aunque de forma más lenta, por caso, las transacciones en el mercado energético están siendo crecientemente realizadas en otras monedas.

Asimismo, el surgimiento de nuevos sistemas de pagos internacionales sin el involucramiento del dólar o de bancos estadounidenses, tales como el Sistema de Pago Interbancario y Transfronterizo (CIPS, por sus siglas en inglés) implementado por China en 2015, la Interfaz de Pagos Unificados (UPI, por sus siglas en inglés) en vigencia en la India desde 2016 o el Sistema de Pagos de los BRICS recientemente anunciado, también impulsan la tendencia hacia la desdolarización de los mercados mundiales. Cabe mencionar que es en este mismo contexto que se da el surgimiento de la criptomoneda Bitcoin, lanzada en enero de 2009, como una propuesta alternativa1 a las monedas legalmente establecidas y administradas centralmente por los Estados nacionales, junto con el posterior ecosistema de criptoactivos que ha crecido considerablemente hasta la actualidad.

Por el lado de la cuenta corriente del balance de pagos, o más específicamente, del balance comercial y el comercio internacional, la posibilidad de ejercer de forma soberana la política económica en términos de determinar el tipo de cambio de la moneda nacional con la internacional y de administrar la cuantía y velocidad de sus variaciones, es fundamental al considerar las grandes diferencias existentes en las capacidades productivas y tecnológicas entre países, o más detalladamente, entre regiones geográficas y/o entre sectores económicos particulares (industriales o de servicios). Asimismo, las cuestiones geográficas para el acceso al mercado mundial o a mercados puntuales también ejercen una fuerte influencia en las posibilidades de la inserción internacional, dadas las complejidades logísticas, las distancias a recorrer y los costos asociados.

En este sentido, el tipo de cambio no es para el comercio internacional una variable macroeconómica general, con un valor único y transversal a todas las actividades económicas, sino que las diferentes herramientas de política económica pueden ser utilizadas para establecer múltiples tipos de cambio efectivos, por ejemplo, mediante impuestos internos o específicos a ciertos productos o actividades, o mediante las herramientas de política comercial tanto arancelarias como no arancelarias. Así, en una cadena de valor se puede contar con diferentes niveles de tipo de cambio nominales efectivos en cada uno de sus sectores económicos (tanto de bienes como de servicios), o incluso con una mayor especificidad a nivel de producto, tanto para las exportaciones como para las importaciones.

Asimismo, la evolución de los precios, a nivel general o a nivel sectorial o mayorista, tanto nacionales como de los socios comerciales más importantes de cada sector económico, determinan la evolución de un tipo de cambio en términos reales, cuya relevancia nuevamente no debe pensarse con un nivel de tipo de cambio real único o general, sino que deben considerarse los tipos de cambio reales multilaterales sectoriales efectivos (TCRMSE) tanto de exportación como de importación, en el contexto de sus respectivas cadenas de valor.

El tipo de cambio real multilateral mide el precio relativo de los bienes y servicios de la economía con respecto al de sus principales socios comerciales, siendo un promedio ponderado de los tipos de cambio reales bilaterales según su peso en el comercio internacional. Al considerar los tipos de cambio nominales efectivos de cada sector económico, la evolución de los precios de cada sector y la participación en el comercio internacional sectorial de cada socio comercial, se puede construir, a partir del tipo de cambio real multilateral, el TCRMSE.

Este tipo de consideraciones de política económica y comercial solo pueden tenerse en cuenta si se cuenta con una moneda nacional y, por ende, con la capacidad de ejercer la soberanía nacional en materia de política económica, con el fin de poder determinar diferentes niveles de tipo de cambio nominal efectivo y, en consecuencia, de TCRMSE a lo largo de las cadenas de valor.

Por lo tanto, la capacidad de diseñar e implementar políticas económicas de forma soberana permite impulsar sectores estratégicos, mejorar los saldos comerciales sectoriales y reducir la vulnerabilidad ante la inestabilidad inherente a un sistema monetario internacional volátil y asimétrico.

En el contexto global actual, en el que la hegemonía del dólar estadounidense como moneda de referencia mundial se encuentra cuestionada, la reivindicación de la moneda nacional es estratégicamente relevante. Nuestro país no puede permitirse abandonar su soberanía en materia de moneda nacional y de política económica, ni ignorar las tendencias evidentes hacia la paulatina desdolarización de la economía mundial.

 





Notas:

1) En la práctica su operación se corresponde con un instrumento financiero de alta volatilidad y atrae mayoritariamente flujos de capitales que intencionalmente escapan a las regulaciones fiscales y legales nacionales e internacionales.

Autorxs


Anahí Rampinini:

Doctora en Desarrollo Económico por la Universidad Nacional de Quilmes. Investigadora Asistente de CONICET-UNLu y en el Centro Cultural de la Cooperación Floral Gorini (CCC) en el área de política comercial y análisis de impacto de políticas. Docente e investigadora de economía y economía internacional de grado en la UNLu y posgrado en UNDAV.

Lisandro Mondino:
Magíster en Relaciones Económicas Internacionales. Doctorando en Desarrollo Económico por la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Centro Cultural de la Cooperación Floral Gorini (CCC) en el área de política industrial y comercial. Docente e investigador de economía y economía internacional de grado y posgrado en la UNLu, la UNDAV y la UNSAM.