
| Por Nicolás Cabrera | El fútbol tiene una densidad simbólica inabarcable. Muchas personas ponen cosas por demás significativas en torno a un club, una pelota, una camiseta, una tribuna o una barra. En momentos en los cuales se registra un aumento de víctimas fatales vinculadas a contextos futbolísticos, actuar sobre la violencia no puede ser una reacción espasmódica, una respuesta electoral o un paliativo al pánico moral. Parte de la solución está en entender la complejidad que hace que el fútbol sea un principio ordenador de la vida por el que un sinnúmero de personas le dan sentido a su propia existencia.